La primera vez que llevemos a nuestro perro al veterinario irá sin miedo, pero después de dos o tres veces suele suceder que las visitas al veterinario se conviertan casi en una pesadilla para muchos propietarios.
Una vez que el perro se ha dado cuenta de dónde vamos, lo habitual es que comience a tirar fuertemente de la correa en dirección contraria o se quede clavado en el suelo o en la puerta del establecimiento, o bien se ponga muy nervioso y sea casi imposible hacernos con él, lo cual se complica si nuestro perro pertenece a una raza de gran tamaño.
Sin embargo, esto no es inevitable, y siguiendo unas sencillas pautas, podemos lograr que la visita al veterinario deje de ser un mal trago tanto para nosotros como para nuestra mascota.
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