Las leyendas e historias sobre vampiros han existido desde la antigüedad, pero la existencia de ellos se vio reforzada desde que Bram Stoker publicara “Drácula”. Para la mayoría de nosotros, estos seres son criaturas fantásticas nacidas de los mitos, leyendas y la imaginación de los escritores, pero no es así.
Los vampiros existen, son reales, aunque distan mucho de ser como Stoker los hizo aparecer en su libro.
El vampiro común, cuyo nombre científico es Desmodus rotundus es una especie de murciélago que pertenece a la subfamilia de los desmodontinos, más conocidos como murciélagos vampiros. Su hábitat natural se encuentra en los bosques y plantaciones, desde México hasta el norte de Chile y Argentina.
Como la mayoría de los murciélagos, son de hábitos nocturnos, y duermen durante el día, colgados cabeza abajo de los techos de las cuevas, en grupos que pueden llegar hasta los 100 individuos. Es por la noche, en las horas de más oscuridad, cuando sale a cazar.
El murciélago vampiro es hematófago, es decir, se alimenta de sangre de animales vertebrados y, para conseguirla, suele atacar al ganado, preferiblemente vacas y caballos y a ungulados salvajes, y sólo raramente ataca a los perros o al hombre. Existen otras especies, el vampiro de patas peludas, y el vampiro de alas blancas que se alimentan de la sangre de las gallinas y otras aves.
Están perfectamente adaptados para su forma de alimentarse, y por ello su dentadura presenta dos incisivos muy grandes con los que hacen una herida superficial en el animal. Su saliva posee una sustancia anticoagulante, por lo que manan la sangre hasta que se encuentran saciados. La cantidad de sangre que consumen no suele dañar al animal, ya que no suele superar los 25 ml, aunque sí puede transmitir enfermedades como la rabia.