Una de las enfermedades más comunes en los perros es la displasia de cadera, que consiste en un desarrollo incorrecto de la articulación coxofemoral durante la etapa de crecimiento de la mascota. Una patología que es más común en perros grandes como el San Bernardo, el Pastor Alemán, el Rottweiler o el Golden Retriever, pero que también puede aparecer en razas de perro con dimensiones más pequeñas como el Bulldog inglés o el Cocker Spaniel, entre otros. Pero, ¿cómo se reconoce? ¿Tiene tratamiento?
Síntomas
La displasia de cadera no suele ser fácilmente reconocible en su etapa más inicial –además es habitual que comience de una manera lenta-, siendo más evidente cuanto se halla en fase más avanzada.
Los principales síntomas o los que son una señal de alerta son los problemas de estabilidad de la mascota, sobre todo, por esa articulación de la cadera. Además, es habitual que esa zona se note más inflamada y que el perro tenga dolores. En fases más avanzadas, se observa una degeneración y también destrucción progresiva de la articulación de la cadera.
De esta manera, se nota que el perro tiene más problemas para moverse y subir escaleras, por ejemplo, aparte de apreciarse atrofia en su musculatura en la fase más avanzada de la enfermedad. Esto lleva a que tenga que dar pasos más cortos e, incluso, moverse saltando.
Tratamiento
Como en toda enfermedad, lo mejor es detectarla en su fase inicial. El veterinario es el encargado de tener que hacer el diagnóstico y de prescribir el tratamiento, según cada caso y la situación y estado de salud de cada perro.
En general, hay varios tipos de tratamientos, que se definen como quirúrgicos o no quirúrgicos. En el caso de los primeros –los quirúrgicos-, se aconsejan cuando el daño de la articulación es ya importante.
Por su parte, los tratamientos no quirúrgicos son para displasias de cadera más leves o bien que no puedan operarse. En este caso, el veterinario es habitual que recomiende administrar al perro antiinflamatorios y analgésicos o bien condroprotectores para fortalecer el colágeno del cartílago.
Esto suele acompañarse de una dieta estricta, control del peso de la mascota y una restricción de los ejercicios o actividad física, según las indicaciones que indique el veterinario.
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