En la antigüedad ya se realizaban ceremonias fúnebres a los animales. Junto al río Nilo en Egipto se ubicaron zonas en las que se enterraban a los animales. Los primeros cementerios de mascotas públicos en Europa comenzaron a construirse en Francia en 1899. Posteriormente esa tradición comenzó a hacerse muy popular por toda América. Uno de los santuarios más populares es Silvermere Haven en Cobham, Surrey.
Alberga en su interior más de dos mil epitafios. Está rodeado de bosques y campos que le proporcionan una mayor melancolía. Fue inaugurado en 1977 por la familia Gilbert. Entre los animales enterrados aquí se pueden encontrar: pitones, peces de colores y un perro y un conejo en el mismo ataúd. Pero también ha habido gente a lo largo de la historia que ha decidido crear monumentos en memoria de sus mascotas.
– En 1730, Sir Paulet St John salvó su vida gracias a su caballo, que consiguió saltar un enorme pozo que había en medio del camino, cayendo perfectamente al otro lado evitando que su dueño sufriera algún percance. En su honor, Sir Paulet construyó una pirámide en el monte Farley en Hampshire, y lo rebautizó con la frase «Beware Chalk Pit».
– Thomas Anson fue otro personaje que decidió tener un “detalle” con su mascota. Esta vez se trata de un gato que vivía con él en Shugborough, en Staffordshire. Al gatito en cuestión le realizó un pequeño monumento para que fuera enterrado allí.
– La duquesa de Bedford construyó un gran templo con columnas corintias a su pequinés Wuzzy.