El tacto de los gatos


El gato, como todos los felinos, es un gran cazador, y esta habilidad viene dada por la agudeza de sus sentidos, como su vista, que le permite desenvolverse en la más absoluta oscuridad o su oído, capaz de escuchar sonidos casi imperceptibles a grandes distancias. Además de estos, otro de los sentidos de los que se vale el gato para desenvolverse por el mundo que le rodea es el tacto, localizado no sólo en las patas, más concretamente las almohadillas plantares, sino también, en la cara del animal.

Los receptores táctiles de la cabeza del gato se encuentran en la nariz y los bigotes del gato. La piel desnuda de la nariz le permite detectar el frío y el calor, mientras que los bigotes le ayudan a detectar el viento y a evitar hacerse daño cuando camina en la oscuridad, ya que la rigidez de los mismos hace que no se doblen al entrar en contacto con superficies duras, por lo que evitan que el animal se choque con obstáculos en su camino.

Esto es especialmente útil en la oscuridad, ya que cuando las pupilas del animal están muy dilatadas debida a ella, el animal no puede enfocar bien los objetos cercanos, momento en el que entran en acción los bigotes.

En las patas, el sentido del tacto se centra en las almohadillas plantares, dotadas de una gran sensibilidad que les permite percibir vibraciones del suelo a través de sus patas y analizar la textura y la forma de cualquier objeto que esté próximo a ellos. De ahí ese gesto tan común de los gatos de casi acariciar con la pata un juguete u objeto que tengan su alcance para obtener información sobre él, determinar si es comestible o no o si supone un peligro.

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